Escrito por Ki
Fotos: @el.eme
Produjo: Lotus
La noche del 7 de diciembre, el Estadio Nacional, ese coloso de concreto que ha sido testigo de tantas cicatrices y glorias nacionales, se transformó en un portal telúrico. Es que no se trataba de un simple concierto común y corriente; fue un rito de pertenencia orquestado por Los Jaivas, donde el tiempo, la geografía y la historia de Chile y el continente se condensaron en un viaje musical de tres horas. En serio, el show duró 180 minutos.
El ambiente flotaba en una calma cargada de expectativa, rota solo por el inusual coro de pájaros pregrabados, un guiño onírico que pronto fue engullido por el rugido de la música. Con un atraso de 45 minutos de la hora anunciada, la banda viñamarina se elevó sobre el escenario, transformando el retraso en el preámbulo de una ceremonia.
El primer acto fue un lienzo de gratitud y camaradería. Con la luna como testigo y la silueta de la cordillera decembrina como telón de fondo, se rindió un homenaje visual a René Olivares, el "sexto Jaiva" y artífice de su iconografía mitológica. La música tomó la palabra con la instrumental ‘Takirari del Puerto’, inaugurando una serie de colaboraciones que resonaron como lazos inquebrantables. Más que exhibiciones de talento, estas participaciones fueron la prueba irrefutable de la fraternidad esencial del arte chileno.
Vimos a Roberto Márquez (Illapu) infundir su voz en ‘La Centinela’, mientras Aldo "Macha" Asenjo aportaba el lamento melodramático de ‘Vergüenza Ajena’, un guiño a la nostalgia cinematográfica. Luego, Nano Stern sumó su misticismo a ‘Indio Hermano’ y, en un momento cargado de afecto y admiración mutua, Francisco Sazo y Tilo González (Congreso) revivieron ‘Valparaíso’, sellando el encuentro con una frase que lo dice todo: "Siempre quisimos ser Jaivas". Joe Vasconcellos, con su conga y vibrante voz en ‘Un mar de gente’, cerró este primer segmento, anunciando el ineludible clímax.
El intermedio marcó un punto de inflexión místico. Figuras de la Diablada danzaron en las alturas y en puntos simbólicos del estadio, encendiendo una llama eterna en la Escotilla N°8, un espacio de Memoria. La promesa se cumplió: la interpretación íntegra de Alturas de Machu Picchu, que fue anunciada con un breve video con la profunda voz de Fernando Solis, también conocido como el Señor Manguera en 31 Minutos. La obra maestra se desplegó como un tapiz sonoro ancestral, una búsqueda espiritual que va más allá de la música. Y para destacar, Los Jaivas siempre conectados con las nuevas generaciones, tomaron el meme de "¿me querís webear, Gato?", y mostraron cómo fue que subieron el piano de Claudio Parra a las alturas de Machu Picchu.
Las notas de ‘La Poderosa Muerte’ y el vuelo expansivo de ‘Águila Sideral’ se sintieron como un canto colectivo, un reencuentro con la identidad andina y la memoria profunda. En el centro de esta tempestad sonora, la base rítmica compuesta por Juanita Parra, Claudio Parra y Mario Mutis operaba como un motor de precisión inquebrantable, una declaración de vigencia absoluta.
Uno de los momentos más catárticos llegó con la transición al tercio final, un puente hacia la eternidad. Mediante una proyección cargada de emoción y con la ayuda de la inteligencia artificial, las figuras de Gabriel Parra y Gato Alquinta se unieron al resto de la banda en pantalla, desatando una ovación que era tanto tributo como un grito de amor inconmensurable. La banda estaba, de nuevo, completa.
'La Conquistada' se instaló entonces, suspendida en el aire, una pieza de belleza solemne que invitaba a la contemplación sagrada y compartida. En la complejidad de sus contradicciones —el dolor, el exilio, la esperanza— reside la esencia de su arte, un arte que, por naturaleza, pertenece al pueblo.
El final fue una fiesta de madrugada. El público se levantó de sus asientos para bailar en las veredas con el guitarreo lúdico de ‘La Quebrá del Ají’ y el ritmo imparable de ‘Hijos de la tierra’ y ‘Mambo de Machaguay’. El epílogo no podía ser otro: Álvaro Henríquez se unió para una emotiva versión de ‘Mira Niñita’, preludio al himno ineludible.
Cincuenta mil almas, saltando y gritando en las canchas y galerías, sellaron el final con 'Todos Juntos'. El concierto terminó cerca de las 1:30 A.M., dejando atrás la música para cristalizarse en algo más grande: memoria, comunidad y pertenencia. Los Jaivas trascendieron la música para ser, simplemente, un refugio frente al tiempo, devolviendo su historia al pueblo que los ha sostenido.




















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