La cantante japonesa debutó en el Movistar Arena con un espectáculo arrollador, lleno de teatralidad, potencia vocal y un despliegue visual que hizo dudar a más de alguno si lo que presenció fue un concierto o un sueño colectivo.
Escrito por Ki
Fotos por Tomokazu Tazawa (vanishock)
Es increíble lo que puede generar una artista que nunca se ha mostrado en vivo con su rostro descubierto. Lo de ADO es un fenómeno que traspasa fronteras y, ahora, también se grabó en la memoria del público chileno. La cantante japonesa aterrizó en Santiago como parte de su segunda gira mundial, la misma que ya conquistó México y Brasil, y lo que ocurrió en el Movistar Arena el pasado lunes fue un viaje sensorial que rozó lo irreal. En serio, no es exageración.
A las 20:34 en punto, el recinto quedó a oscuras. El rugido de miles de fanáticos que hicieron sold out con meses de anticipación encendió una cuenta regresiva que explotó cuando, tras un video introductorio con imágenes de Santiago, apareció en pantalla una barra de carga que alcanzó el 100%. Ese fue el “clic” que desató la locura: ADO estaba ahí.
Encerrada en un cubículo negro, arrancó con “Useewa”, mientras el público agitaba lightsticks de colores al ritmo de un escenario que literalmente lanzaba fuego. El segundo tema, “Lucky Bruto”, fue un terremoto colectivo: gritos, saltos y un coro improvisado de “olé, olé, olé, Adooo, Adooo” que ya marcaba el carácter de la noche. Con “Gira Gira”, las varitas se tiñeron de amarillo y, bajo un torbellino de gráficas visuales, la conexión entre artista y fandom se volvió trance. Era apenas un anticipo de lo que venía.
Con “Show”, el despliegue alcanzó otra dimensión. La banda en vivo, impecable de principio a fin, entregó una potencia sonora que hizo retumbar cada rincón del Movistar Arena. Y sin darnos respiro, ADO siguió con “Kura Kura” y “ReadyMade”, tema que dejó un detalle curioso: la aparición de lo que parecían maniquíes en el escenario… hasta que se movieron. ¿Eran personas disfrazadas? ¿Un truco visual? La duda quedó flotando entre quienes presenciamos ese extraño momento.
El show navegó por distintos climas. Con “Mirror”, el cubo se volvió azul y el recinto entero se transformó en un karaoke masivo, con ADO desplegando una voz versátil que transitó entre graves delicados y agudos explosivos. Luego, con “Charles”, la sala se convirtió en discoteca futurista gracias a un despliegue de láseres de nivel internacional.
Hubo espacio también para la vulnerabilidad: “ELF” bajó las pulsaciones con una interpretación cruda y conmovedora, antes de que hits como “Value”, “Gold”, “Rule” y “Utakata Lullaby” devolvieran la intensidad. Pero el verdadero clímax llegó con “Aishite Aishite Aishite”, el tema de Kikuo, reinterpretado en clave metal. En medio de un mar rojo de luces, ADO gritó cada palabra con una fuerza que hizo temblar el recinto. Pocas veces he visto al Movistar Arena vibrar con semejante brutalidad avasalladora.
Tras 17 canciones, recién llegó el primer saludo formal de la artista. “Hola, soy ADO. Muchas gracias por venir esta noche. Es mi primera vez en… San Diego”, dijo, provocando miradas y risas instantáneas en la gente. La confusión entre Santiago y San Diego se repitió hasta ocho veces, transformándose en la gran broma de la jornada y en un gesto entrañable que reforzó la complicidad con el público. Tanto así que, antes de “Rockstar”, los fans corearon un espontáneo “San Diego, San Diego”, jugando con la equivocación.
ADO siguió entregando sorpresas, como un cover rockero de “Chandelier” de Sia, que desató otra explosión de energía compartida. Finalmente, llegó el turno de “Shin Jidai”, el himno elegido para cerrar la noche. Entre aplausos, gritos y un mar de varitas luminosas, la japonesa se despidió con evidente alegría, dejando a todos procesando si las dos horas que acababan de vivir habían sido reales o un sueño colectivo.
El debut de ADO en Chile fue muuucho más que un concierto: fue un espectáculo inmersivo que combinó misterio, teatralidad, potencia vocal y un despliegue técnico de primer nivel. La artista, sin mostrar su rostro, logró que miles de personas se sintieran parte de algo único, demostrando por qué se ha convertido en uno de los fenómenos japoneses más importante de la última década. En su primera vez en el país —o en “San Diego”, como ella diría—, ADO dejó claro que no necesita presentarse como las demás estrellas para brillar: su música y su puesta en escena son suficientes para incendiar un recinto entero y grabarse en la memoria de quienes la vieron.
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